sábado, 28 de marzo de 2015




FUNDAMENTO TEOLÓGICO DEL PROCESO DE CANONIZACIÓN
(El ejercicio heroico de las virtudes)
 SEMBLANZA ESPIRITUAL DE LA SIERVA DE DIOS SOR LEONOR DE SANTA MARÍA OCAMPO



 Encontramos en sor Leonor, la serenidad de un alma segura de la eternidad, que traslada el sentido de su vida más allá de lo terreno.
 He aquí el realismo de las almas grandes: el sentimiento íntimo y profundo de que han renacido del Espíritu Santo y todo lo que obran  en la sencillez de su vida, es obrar divino.
Abunda ella misma en testimonios que nos narran de su temprana vocación hacia la santidad. Todo lo que nos cuenta demuestra igualmente que desde sus primeros años y más aún, desde su nacimiento, fue la niña del Amor, del dolor y una hija predilecta de la Virgen María. Fue ella la tierra fecunda donde el Sembrador introdujo la semilla de la Gracia.
 Conoció la dulzura de la proximidad divina siendo pequeña, pues la oración comenzó muy temprano en su vida; al igual que la inclinación a la soledad y al silencio, a la penitencia y a la mortificación: sólo gustaba comer  verduras hervidas, con servicio de palo -y no de plata- y  gustaba dormir  recostada sobre unas monturas.
 Siendo adolescente, jamás se resintió de los malos tratos que continuamente, por espacio de cinco años, de sus primas riojanas recibió. Dejó que el Señor la introdujera en los secretos de una noche terrible, llena de obstáculos y pruebas. Jesús dio a gustar a esta alma escogida, algo de su extrema agonía en el abandono divino del Gólgota...Son sus más fieles amigos a quienes da a experimentar la suprema prueba del amor, como ella misma lo relata.
Viviendo ya en San Juan, puede decirse que su vida consistió como ella lo expresa, en prepararse para la vida religiosa dominica que abrazaría más tarde. Se hizo libre de todo lo terreno, se dio a la oración y  sirvió a Dios y a quienes la necesitaban. Se dedicó al servicio de enfermera, atendiendo no sólo a los enfermos de su familia, sino a todo el que por uno u otro motivo, conocía que la  necesitaban. Y supo descubrir no sólo las enfermedades del cuerpo, sino aprendió a compadecerse de las del alma, procurando para ellas, el remedio de los Sacramentos y preparándolas para la recepción de los mismos.
Lo más importante de sor Leonor, es la relación que ella tenía con Dios. Una relación que la convirtió en esposa, en amiga, en confidente de su Señor. Esto exigió de ella una entrega incansable y una ilimitada disponibilidad, que la hizo salir de su familia y de su ambiente, para entregarse de lleno a El, en medio de una comunidad de consagradas. Supo hacer frente a todo lo que se oponía a su vocación, para dar lugar a la verdadera vida del Espíritu. La Argentina de aquellos tiempos era un campo de batalla, por  la organización nacional que comprometía los más altos valores sobre los que está cimentada la patria. Y ella descendía, tanto de la rama materna como paterna, de nobles linajes que protagonizaron algunos de los hechos relevantes de ese entonces.
Se retiró a la soledad del Monasterio "Santa Catalina de Siena", llamada gratuitamente por una gracia peculiar del Espíritu Santo, para consagrarse a Dios con oración asidua y generosa penitencia. Se ocultó en el amor de Dios, mediante el recogimiento y la serenidad, para asegurar y facilitar el trato con Dios en la oración.
En la soledad y en el silencio, los hombres y mujeres participan de un modo especialísimo, del misterio pascual del Redentor y El les revela sus secretos. Los monasterios son lugares donde parece que el Cielo y la tierra se encuentran, donde por la presencia de Jesucristo, el mundo se convierte de tierra árida, en un nuevo paraíso.
En el abandono confiado a la voluntad de Dios, murió a su propia voluntad: "Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y  sígame". Se elevó sobre sí misma, llamó con su amor y su deseo a las puertas del Crucificado por Amor, y saltaron torrentes de luz divina que la hundieron en el Divino Corazón. Precisamente traspuso el  umbral del Monasterio la víspera de la fiesta del Sagrado Corazón, en el mes de junio de l868. En El bebió la gracia y el sólido alimento de la humildad y  de la caridad, a imitación de Nuestro Padre Santo Domingo, que a todos llevaba en el  santuario de su compasión y fue un eximio predicador de la Gracia.
Era tal la felicidad que sentía al comenzar su vida religiosa, que se hizo más vivo en ella el sentimiento de su propia indignidad, de su pobreza, de su nada...Ya que todo era puro don de Dios. Enriquecida con la experiencia de su nada y de su impotencia, llegó al verdadero conocimiento de ella misma y de la inmensa grandeza  y  santidad de Dios. Así purificada, Dios la preparó para su unión con El.
En un ámbito propicio para darse a Dios, tuvo lugar la misteriosa y progresiva transformación en esposa y en víctima de amor....
A Santo Domingo Dios le había dado la gracia especial de comulgar con el sufrimiento de sus prójimos. Se preguntaba: "¿Qué será de los pecadores?". Llevaba sus desgracias en el santuario íntimo de su compasión y las lágrimas manifestaban el ardor del sentimiento que devoraba su corazón. Pensaba que no sería miembro verdadero de Cristo, hasta el día en que pudiera entregarse por entero,  con todas sus fuerzas, a ganar el mundo para Dios.
La oración fue en sor Leonor, un don de Dios que surgía de su comunión con El y con sus hermanas. Vivía unida a Dios y  por ello, supo hacerse solidaria con la realidad de la gente de su tiempo y todas sus necesidades, sus miserias y  pecados, asumiéndolos totalmente. Así, alabó a Dios e intercedió por todos sus hermanos. Como toda monja, llevó en su corazón las angustias y dolores de todos los hombres.
 Orar por la humanidad, como Santo Domingo lo hizo, fue dar la sangre de su corazón, gota a gota, durante toda su vida ... Esta hija del gran Patriarca, oró dando su vida... En sor Leonor, Jesús y Domingo intercedieron, rescataron y transfiguraron. Fue introducida en el misterio de aquel diálogo inefable que se da en el seno de la Santísima Trinidad, por el cual Jesucristo continuamente se comunica con el Padre Celestial, donándose mutuamente en el Amor.
Como digna hija de Santo Domingo, supo alimentar su oración contemplativa con el estudio y la lectura asidua de la Palabra de Dios, a ejemplo de la Virgen María, ya que estaba continuamente a la escucha de la Palabra, conservándola y meditándola en su corazón.
La lectura de la Palabra divina fue acompañada con oración contemplativa, porque como dice San Agustín: “A Él le hablamos cuando oramos, a El escuchamos cuando leemos las divinas enseñanzas”. Por el trato familiar con la Palabra, Dios proyectó la luz de la sabiduría sobre su existencia, y pudo así sor Leonor reconocerlo a través de todo lo cotidiano, que era para ella sendero hacia la eternidad.
Tanto más perfecto fue su abandono en Dios, por cuanto más íntima fue la unión con su Divino Esposo y más rica por ende, la participación en la vida del Espíritu. 
Siempre se la veía feliz, hecha una pascua, relata una monja que dio testimonio de ella. Supo encarnar el carisma dominicano, predicando la gracia con su vida. Era muy hermanable, apta para la vida comunitaria y a ella se le pueden aplicar estos versículos del Salmo 132: "Ved qué paz y qué alegría convivir los hermanos unidos".
El amor de Dios se deja percibir en el corazón de todo cristiano, pero encuentra una particular resonancia en el corazón de una monja quien es en la Iglesia, la consagrada al Amor. En efecto, en la mujer por su naturaleza, se representa de una manera más clara el misterio de la Iglesia, esposa inmaculada del Cordero inmaculado...Es propio de la mujer recibir la palabra; propio de nosotras es estudiarla dentro de sí y hacerla fructificar de una manera viva, transparente y peculiar. La mujer adulta, experimenta mejor lo que los otros necesitan y siente sus necesidades; expresa más abiertamente la fidelidad de la Iglesia hacia su Esposo y está dotada por Dios, de la capacidad de recibir los dones de la maternidad y fecundidad espirituales.
 El mensaje del amor de Dios se dejó oír en sor Leonor de muchos modos. Las visiones, locuciones y profecías, fueron para ella elementos secundarios y accidentales de su vida mística. Sólo eso.
Dotada de una inteligencia intuitiva, capaz de captar las realidades de la fe y muy lúcida en los caminos del Espíritu, advirtió  el peligro del engaño o al menos, de ser detenida en su unión con Dios, por dar valor a tales cosas. Humilde y obediente, comunicó tales experiencias a sabios confesores. A tales gracias extraordinarias, les seguían una tempestad de sufrimientos. Eran avisos que la preparaban para abrazarse más estrechamente a su Señor, hasta llegar con El a la cumbre del Gólgota, para ser corredentora con su Esposo, el crucificado por Amor.
Supo asumir todos los sacrificios de la vida religiosa y  sus propias limitaciones humanas, con realismo, equilibrio y  madurez. Su alegría fue constante, porque nada podía separarla del Amor de Dios, manifestado en Cristo el Señor, a quien estaba adherida por la fe.
Dios fue penetrando cada vez más íntimamente su corazón y  todo su ser a lo largo de su vida, en la sencillez de lo cotidiano, en medio de su peregrinar terreno, a través de los diversos oficios que desempeñó, sirviendo a sus hermanas y especialmente, practicando la caridad y todas las virtudes.
Fue tenida como una monja más de la comunidad. Sumamente inteligente, supo pasar inadvertida, buscando en todo lo que hacía, agradar a su Señor y darle gloria sólo a El. Brotaron  espontáneos sus escritos, a pedido de uno de sus confesores. Con su estilo liso y llano, nos deja contemplar cómo, al sentirse tan privilegiadamente amada por Dios, se convierte El  en el centro de su vida, en la razón de su existencia, desde su más temprana edad.
Sor Leonor hecha una con su Esposo, viviendo la vida del Espíritu en el abandono confiado en los brazos del Padre, nos dejó en sus escritos su misma vida como ejemplo, sin siquiera saberlo ni desearlo.
Es un testimonio sencillo, sin adornos, basado en su experiencia de mujer consagrada al Amor de un Dios que se da todo a quien desea recibirlo todo de El.
           Se dejó hacer por Dios, permitió que Dios fuese Dios en ella, según el estilo que Domingo quería  para las monjas, sus hijas predilectas.