GRACIAS ATRIBUIDAS A SOR LEONOR DE SANTA MARÍA OCAMPO
“Con motivo de la coronación pontificia de la Santísima Virgen del
Milagro, el año 1892, en esta ciudad de Córdoba, vino con la peregrinación mi
cuñada, madre del futuro sacerdote y, conocedora de las inclinaciones de su
hijito y de su perseverancia en la vocación, resolvió hablar con el Padre Prior
de Santo Domingo. Este, que lo era el R. P. Ortega, la recibió caritativamente,
le dio alguna esperanza y le indicó volviese después de las fiestas de la
coronación para tratar el asunto. Ella vino a verme y, contándome lo ocurrido
añadió que tendría que perder esta gracia por que su situación apremiante y el
abandono de sus criaturas la imposibilitaban para realizar otro viaje. En la
confianza que como a hermana me tenía, con muchas lágrimas, me manifestó todas
sus penalidades, el estado de desamparo en que había quedado a la muerte de su
esposo, y sus preocupaciones por el porvenir de sus siete hijos, los que ni por
su edad ni por hábito estaban capacitados para el trabajo, y ella en la
imposibilidad de costearles estudio alguno. Coincidió que Sor Leonor me
acompañaba como celadora al locutorio, y se hizo cargo de todo lo referido.
Terminada la visita, ella me manifestó lo compadecida que había quedado de la
situación de la señora, prometiéndome que iba a rogar mucho por las necesidades
de la madre y de los niños y para que su hijito fuese colocado donde pudiese
realizar su vocación. De paso por la celda prioral, entramos a donde estaba la
imagen del Santo
Patriarca Domingo, llegada recién después de haber acompañado a la de la Stma.
Virgen en la procesión solemne de su coronación. Sor Leonor se arrodilló
delante del Santo, y me apercibí de que estaba consternada rezando el “O Spem
Miram”, manteniéndose todavía prosternada por espacio de una cuarto de hora o
más. Al levantarse la noté muy impresionada y me dijo, con la firmeza de quien
ha encontrado una solución: Todo vamos a conseguir: la entrada del niño en la
Orden y mejorar la situación de la señora. Sigamos pidiendo. A fin de que el
mayor número posible de sus feligreses pudiese concurrir a las solemnidades de
la coronación, el señor cura de Villa del Rosario había dispuesto aquel año,
por primera vez, trasladar del primero al segundo domingo de octubre las
tradicionales fiestas de su titular y, como una compensación a los que no
tuvieron la dicha de presenciar el magno acontecimiento, quiso llevar un
excelente predicador para solemnizarlas, logrando conquistar al R. P. Fray
Marcolino Benavente, O. P. de gran fama dentro y fuera del país, y más tarde
obispo de Cuyo. No dejo de creer que en ello tuvo parte la eficacia de la
oración de Sor Leonor, y que a su ruego
la misericordiosa Providencia allanaba sus caminos con tanta rapidez como
naturalidad, según se verá. El arribo del Padre Benavente fue para el niño de
referencia, una verdadera revelación. Sin cambiar con él palabra alguna, y de
sólo verlo en el púlpito, quedó cautivado a tal punto, que no menos prendado de
su palabra que de su persona, lo escuchó con arrobamiento sin perder una sola
de sus extensas y doctísimas disertaciones durante los doce días de su predicación.
Cuando comprendió que aquello iba a terminar, por propia cuenta y
resueltamente, movido por el fervor de sus aspiraciones, se presentó al Padre,
este oraba en la sacristía después de haber celebrado, y en breves palabras le
expuso su situación y propósitos de ser como él, dominicano, para lo que se
iría con él. No escapó al venerable religioso la sinceridad de aquella
resolución, y complacido, con gracioso donaire dando una palmadita en la
mejilla del niño, le dijo por toda respuesta: Pasado mañana nos iremos a Buenos
Aires. Ve y llama a tu mamá que he de hablar con ella. Urgida por el regocijado
aspirante, la señora no tardó en hacerse presente, conviniendo con el Padre en
que no solo a éste sino también al otro ex seminarista llevaría consigo.
Dos días después, ambos partían con el Padre, ya
recibidos y destinados al postulantado de Buenos Aires. Enterada Sor Leonor de
todo ello, decídame gozosa pero gravemente: para que vea como debemos tener fe
y confianza en Dios. El menor de los niños acaso no obedeciera a un verdadero
llamamiento; pues volvió bien pronto al lado de su madre a la que decididamente
ayudó, falleciendo pocos años después. El mayor persevera en la Orden, en la
que a esta fecha lleva ya cuarenta años. Con relativa brevedad, asimismo se cumplió
cuanto Sor Leonor me prometiera y asegurara “que mejoraría la situación
aflictiva de mi hermana política”. Mujer de gran fe y de temperamento
resolutivo, viendo esta que las posibilidades de sostener su familia y casa con
decoro iban a menos y empeoraban cada día, pronto tomó una disposición que a
todos, aún sus más allegados, pareció temeraria. No era entonces común como lo
es hoy, que las familias emigraran a la Capital que, por rica y populosa se la
sabía turbulenta o se la suponía inadecuada para la vida sencilla. Ella liquidó
como pudo sus muebles, que era todo de lo que podía disponer, y se fue a Buenos
aires confiada en que la Providencia le proporcionaría medios para trabajar y
educar a sus hijos. No se engañó. El Padre Benavente fue el primero en ayudarla
con su vastísima influencia social, y lo propio hicieron otros virtuosos
sacerdotes y personas de distinción, apreciadas de su piedad y mérito.
Colocados convenientemente los dos hijos varones que le quedaban, e internadas
en excelente colegio de religiosas las dos más pequeñas de sus hijitas, las
otras dos colaboró con ella, adquiriendo gran destreza y maestría en la
confección de flores artificiales, que tan en boga estaban. La labor común en
aquél modestísimo taller y el aporte de los niños empleados, que bien se
desempeñaban, pronto determinaron para la familia un mejoramiento progresivo
que no tardó en convertirse en holgado y permanente bien pasar. Todo ello
permitió a unos y otros aspirar a estudios de cultura superior, que realizaron con éxito la
custodia de su diligente y buena madre. Así quedó cumplido todo lo que me
vaticinó Sor Leonor y que consigno aquí por obediencia y muy agradecida a la
inmensa bondad de N. Señor.”
Rda. Madre M. Magdalena Luque o. p. (No detalla fecha)
“Ave María. El
concepto que Ntro. Rdo. Padre Fundador tenía formado de Sor Leonor (Monja
Catalina) de quien fue confesor y director algunos años, fue el de ser una
santa, bajo el velo de la más profunda humildad. Y en esta virtud, fue por él,
continuamente probada: muy especialmente en la época en que Ntro. Rdo. Padre
planeaba secretamente su fundación. En esta ocasión, fue cuando ella le contó
aquel sueño o visión de “las palomitas blancas, que veía posarse en las manos
de Ntro. santo Padre, y él les daba de comer”. Relato que fue escuchado por
cierto, con vivo interés, pero la rechazó con energía, llamándola soberbia,
etc., etc., y la mandó fuera a pedir perdón y misericordia de rodillas, ante
Jesús Sacramentado, por su gran soberbia, de considerarse digna de tener
visiones. Obedeció pronta y humildemente. En
síntesis, según el decir de Ntro. Padre Fundador, las virtudes que más
realzaron en ella, fueron: Obediencia y Humildad. Asimismo, escuchamos de Ntro.
santo Padre, lo siguiente. Esto, ocurrió ya, después de la fundación. Estaba en
refacción el templo de la Merced. Y como de costumbre, fue a confesar a Sor
Leonor; y terminada la confesión, díjole ésta: “Mañana Padre, tenga cuidado
durante celebre la misa (sic); porque en ese tiempo peligra su vida”.- Ntro.
Rdo. Padre tuvo bien presente, la indicación de su santa penitente. Y de hecho,
ocurrió lo siguiente. Estando celebrando la misa, cayó un gran escoplo de
fierro (sic) que hubo de hacerle pedazos la cabeza, a no ser que él, estando ya
prevenido, se hiciera a un lado, y solo pasó rozando su cabeza. Por el momento,
no recuerdo otros casos concretos que acrediten su santidad.”
Hna. M.
de S. R. M. Superiora General. (No detalla fecha).